En la historia de la plástica Argentina, la pintura mural
no ocupa un lugar comparable al de la pintura de caballete. Pero las obras que
se han realizado poseen una calidad muy apreciable.
En la Argentina todavía no están claros los objetivos y
alcances del arte mural y su función en la arquitectura.
Posee la particular condición de estar dirigido a un sector muy amplio del
público y a diferencia de otros, goza de un privilegio sobre el que aun hay
mucho que meditar.
El mural más antiguo que se conoce en Buenos Aires, está en la iglesia del
Pilar ocupando la pared trasera del altar de La Dolorosa.
Fue ejecutado al fresco y está fechado en 1735; posee un relativo mérito
artístico pero se halla en bastante malas condiciones, especialmente en su
parte superior.
En el norte de nuestro país existe un mayor número de éstos de esa misma época,
aunque reducido a una temática religiosa ejecutada con factura netamente
popular.
A la sencilla vida de Buenos Aires correspondía su
sencilla arquitectura de casas modestas e iglesias blancas donde el único toque
de color era el oro de los altares y la policromía de las imágenes.
Semejante era la situación durante la mitad del siglo XIX, cuando las luchas de
la independencia, la anarquía y la dictadura excluyeron la aparición de las
manifestaciones artísticas.
Confirma esto, que, durante el gobierno de Rosas (1829- 1852), era obligatorio
pintar todos los edificios públicos de rojo, donde el color, pasó a ser un
símbolo político.
Después de Caseros esto cambió y se perdió el gusto por la sencillez y blancura
precedentes, se aspiró al enriquecimiento decorativo de su arquitectura, de la
misma manera como la vida social, bajo la influencia europea, tendió a formas
de relación más ricas y complejas.
Así el primer mural de real importancia es el del antiguo
Teatro Colón (1857), obra de envergadura para su momento, que tuvo pinturas en
el techo de la sala y en la boca de la escena. (Realizadas
por dos italianos: Cheronetti y Verazzi).
Más importantes son las que realizó Juan León Palliere
(1823-1887) en el teatro Coliseum, ubicado en Reconquista y Cangallo (mas tarde
llamado Teatro Argentino; demolido en 1873), la temática de las obras era
“Niños músicos”.
En 1860 durante la presidencia de Mitre, fue ejecutada la
obra del Tímpano de la Catedral de Buenos Aires, la cual se trataba de un friso
escultórico, perteneciente al artista francés José Duburdieu.
En viviendas las realizaciones son más frecuentes; aún
podemos encontrarlas, deterioradas por las infaltables manchas de humedad,
dando testimonios de pasadas grandezas.
En 1880 se consideraba importante la colaboración de arquitecto, pintor y
decorador, y aunque el concepto de decoración sea hoy considerablemente distinto,
la idea central de integración de las artes es válida.
Al comenzar el siglo, les llegó el turno de renovarse a
las iglesias de Buenos Aires, de las cuales solo hablaremos de la catedral por
ser la más importante y la que mejor ilustra lo que se exigía entonces de la
pintura mural.
Francisco Pablo Parisi ganó el concurso para la decoración del templo, luego
proyectó y realizó la totalidad de las obras usando el procedimiento de pintura
a encausto, viejo sistema consistente en desleír colores en cera fundida.
De la misma época son los murales del cielorraso de la
antigua Farmacia La Estrella, de Carlos Barberis, obra titulada “El triunfo contra la
emfermdad”
Otro artista de la escuela italiana fue Nazareno Orlandi,
cuya obra clásica puede apreciarse en numerosos edificios de carácter público:
la Iglesia del Salvador, el Colegio Mariano Acosta, el Salón Dorado de la Casa
de Cultura (ex edificio de la Prensa)
Por esa misma época se produce una renovación de la
arquitectura por obra del Art Nouveau.
Formando tonos homogéneos y profusamente decorados, las fachadas se ondulan y
pierden la clásica visualización horizontal de pisos superpuestos, lo cual se
puede ver en una casa de Paraguay nº 1330, obra del año 1911 del arquitecto
Trivelloni; allí el muro deja de ser simple cerramiento para adquirir un
carácter específicamente decorativo, cosa que no hubiese sido aceptada veinte o
treinta años antes.
A diferencia de las pinturas de la catedral en estos
casos hay una perfecta armonía entre arquitectura y ornamentación.
Los murales del artista Catalán José María Sert y Badía,
en los cielorrasos del ex Palacio Pereda, hoy Embajada del Brasil; los frescos
del Palacio San Martín; los admirables vitrales del Palacio Paz, son claros
ejemplos del notable desarrollo que en este lapso adquirió la realización de
murales.
También son de gran valor las obras continuadoras de la
vertiente del Modernismo Catalán y la Secesión vienesa, especialmente
representados por la obra de Julián García y Virginio Colombo.
En 1926 el pintor Benito Quinquela Martín, realizó en la Casa del Teatro la decoración de las
salas.
Por 1932 en la Escuela Superior Cárcova , Alfredo Guido,
funda el taller de decoración mural. Entre las obras de Guido figura el fresco
de La Batalla de Caseros en el Consejo Deliberante de Morón.
Squeiros, un reconocido muralista mexicano, califica a Spilimbergo
como el más grande pintor argentino de todos los tiempos, estima “la capacidad
y fuerza” de Forner, Castagnino y Victorica pero considera “abominables las
obras de Guillermo Butler”.
Natalio Botana, dueño del diario Crítica le propuso a
Siqueiros pintar un mural, cosa que este aceptó.
Botana era un multifacético y contradictorio personaje que no le brindó a
Siqueiros la posibilidad de pintar en algún lugar público. Lo invitó a pintar
el sótano de su fastuosa residencia en Don Torcuato.
El Mexicano desdeña el trabajo individual y convoca para
el trabajo a los artistas argentinos BERNI, CASTAGNINO, SPILIMBERGO y el
uruguayo LÁZARO.
Algunos de los principales precursores del arte mural en
Argentina fueron:
Antonio Berni:
Desocupados (1934)
La Crucifixión y El
Apocalipsis
Manifestación (1934)
Mural Galerias Pacífico, Bueno Aires.
Raúl Soldi:
Esponsales de María y José
El
ensayo
La música
Cúpula de Raúl Soldi - Galerías Santa Fe
CASTAGNINO:
Murales II "Hombre, espacio y esperanza"
Anabella Beltramino, Catalina
Clembosky, Zaira Daniela Rewes y María Agustina Rabuffetti.